Editorial

Sebastián Piñera (1949-2024)

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De forma súbita y completamente inesperada falleció ayer en la tarde el expresidente Sebastián Piñera (74), en un lamentable accidente de helicóptero sobre el Lago Ranco. Su deceso ocurre en momento en que el país está golpeado y enlutado por los devastadores incendios en la V Región, una emergencia en cuya respuesta el exmandatario ya se esforzaba en contribuir -como destaca la columna de la página opuesta-, lo que en más de un sentido es ilustrativo de su personalidad y trayectoria pública.

Esta trayectoria abarcó alrededor de medio siglo, considerando sus facetas como ejecutivo y empresario, y luego como figura política. Se trata, por ende, de una vida adulta que incluye los más emblemáticos hitos de la historia de Chile reciente -desde la elección de 1970 y posterior golpe de Estado, hasta el estallido de 2019 y la pandemia del Covid-19, entre muchos otros-, y durante la cual Piñera desempeñó diversos roles como hombre de negocios y servidor público, como consigna esta edición.

La trayectoria de Piñera como ejecutivo, empresario y político abarcó los hitos más emblemáticos de la historia de Chile reciente. Su énfasis en la capacidad de gestión y su compromiso con la democracia destacaron en el 27-F, el 18-O y la pandemia, entre otros, y son parte de un importante legado político para el país.

De forma atípica para un personaje público vinculado económicamente al sector privado y políticamente a la derecha, Piñera votó abiertamente por el NO en el plebiscito de 1988 que puso fin al régimen militar; y en 1990 fue elegido senador por el entonces joven partido Renovación Nacional, hasta 1998.

Candidato presidencial opositor en 2005, llegó finalmente a La Moneda en la elección siguiente, asumiendo en marzo de 2010, poco después del devastador terremoto del 27-F. Su victoria fue emblemática por dos razones: por un lado, fue el primer gobernante de derecha en Chile en casi medio siglo, de por sí un giro política e incluso sociológicamente significativo; por otro, el resultado de 2010 cristalizó en buena parte el ánimo del “desalojo” que se había instalado contra la Concertación, por entonces ya con 20 años ininterrumpidos en el poder.

Sin embargo, cualquier agenda reformista del nuevo sector gobernante debió subordinarse a enfrentar la emergencia del 27-F, una tarea en la cual el primer gobierno de la derecha tuvo un desempeño destacado, como se reconoce ampliamente. El énfasis de Piñera en la excelencia y la capacidad de gestión -que en otras áreas tuvo el desafortunado efecto de ser en desmedro de imprescindibles dimensiones políticas y administrativas-, mostró todo su potencial en la efectiva respuesta al terremoto. También lo hizo -aunque en ocasiones con innecesarios excesos comunicacionales- durante el rescate de los 33 mineros, un hito excepcional de la cooperación público-privada que hizo posible un momento irrepetible de unidad y orgullo nacional.

El segundo factor que marcó a esa administración fue el cambio de ciclo político desde la izquierda concertacionista partidaria del diálogo y los consensos, hacia una nueva izquierda (muchas veces con los mismos actores, ahora llamados “autoflagelantes”) crítica de lo que consideraban de excesivas concesiones al período pre-1990 y a lo que representaba. Así, a los “díscolos” del gobierno anterior se sumaron ahora, desde las calles, los movimientos estudiantiles en pro de una agenda que mezclaba con los problemas de la educación con definiciones políticas e ideológicas. Pese a que el ánimo de las manifestaciones estudiantiles -masivas, reiteradas y a menudo con graves secuelas violentas- era en general intransigente y confrontacional, el Gobierno de entonces optó por recibir y escuchar a los estudiantes, acogiendo lo fundamental de sus demandas.

Como sea, que la derecha permaneciera sólo un cuatrienio en La Moneda -luego de 50 años fuera- debe considerarse un fracaso político de esa administración. Como también el haber sido sucedida por una nueva coalición de izquierda aun más crítica de la era concertacionista, más partidaria de un modelo con mayor participación del Estado en toda suerte de ámbitos, más suspicaz del ideario económico liberal.

El fracaso de esta propuesta de izquierda más radical fue, a su vez, señalado por el retorno de Piñera al gobierno en 2018. Los dos grandes hitos de este período -que nuevamente significaron pausar otras agendas- fueron el estallido de violencia el 18 de octubre de 2019 y, poco después, la pandemia del Covid-19. La respuesta del gobierno al 18-O aún está teniendo consecuencias hoy, y si bien tuvo errores y aciertos, hoy se sabe que el Ejecutivo enfrentó intentos coordinados de desestabilizarlo, e incluso de derrocarlo. La salida que el Gobierno encontró para esa crisis -el proceso de reforma constitucional- puede ser discutible, pero es claro que permitió descomprimir la peor crisis que había enfrentado el país desde el retorno de la democracia.

Frente al coronavirus, en tanto, el gobierno de Piñera nuevamente brilló por su capacidad ejecutiva en la planificación e implementación de la compleja respuesta sanitaria que fue necesario poner en práctica. Esa estrategia, en momentos en que la respuesta en muchos países era tentativa e indecisa, indudablemente salvó las vidas de miles de personas y alivió el impacto de esa emergencia sin precedentes.

Hoy, varios de quienes fueron duros opositores a los gobiernos de Piñera -primero desde el movimiento estudiantil y luego desde el Congreso- están en La Moneda. Su reacción a la noticia del deceso tuvo el tono republicano que tanto el exmandatario como el país merecen, lo cual es un signo positivo en tiempos de una polarización política que en ocasiones dificulta -y empobrece- nuestra convivencia.

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